viernes, 29 de febrero de 2008

De autos de choque y otras diversiones

Recientemente, me ví envuelto en una poco estimulante conversación sobre el mundo de los karts, dos locos del volante comentaban las mejores técnicas para tomar las curvas y contaban múltiples anécdotas vividas en circuitos de karts. Como siempre que no tengo nada que aportar, permanecí callado, escuchando, más bien oyendo, la charleta. Pero, de pronto, me vino a la memoria un recuerdo que metí con calzador en la conversación, dije "pues yo una vez ví cómo sacaban de la pista y volcaba un auto de choque".



Es éste uno de esos recuerdos de los que tengo serias dudas sobre si realmente lo ví, me lo contaron o sólo sucedió en mi imaginación, en todo caso, la historia es suficientemente buena como para ensuciarla poniéndome yo mismo en duda, así que démosla por real y presenciada en directo por mí.




Juraría que sí, que, al menos, ví el auto volcado sobre su lateral, en el borde exterior de la pista, más dudoso es que viera el accidente. Y es que fui, mientras la longitud de mis piernas me lo permitió, un asiduo de los autos de choque. Especialmente, hacía mis pinitos como conductor barraquero en el pueblo riojano donde pasaba mis agostos (el hecho de que fueran riojanos, da credibilidad a la historia del vuelco), allí había barracas durante todo el mes y mi primo y yo metíamos muchas horas allá como espectadores o conductores, puesto que compartíamos afición.




Son muchas las sensaciones que se me aparecen ligadas cuando rememoro los autos de choque. Las primeras, inevitablemente, son sonoras, y se centran en C.C. Catch e Ilegales, los que más sonaban en esa pista. "Soy un macarra, soy un hortera, voy a toda hostia por la carretera", un gran tema de los asturianos que seguramente habrá provocado, subliminalmente, la generación de tantos macarras horteras que van a toda hostia por la carretera, subespecie de la que, como ya se sabe, abomino. Era esta la canción estrella, otra de las trabajadas rimas de la canción era esa de "hay un tipo dentro del espejo que me mira con cara de conejo". Años después imagino sonando a Camela o Estopa...




Otra sensación era la de frustración, frustración que se vivía especialmente cuando la inserción de la ficha no provocaba la puesta en marcha del coche y te quedabas con cara de imbécil en el centro de la pista, quieto, mientras todos se divertían a tu alrededor. También era frustrante que el gitano barraquero de turno se montara en la trasera de tu coche, era como un deshonor, ¡súbete al de las chicas, hombre!. En ésta, como en tantas otras actividades, la principal diversión era chocar contra las chicas, a veces con una crueldad notoria, se buscaba el momento en que estuvieran al borde de la pista para provocar el doble efecto de golpe y contragolpe, empujando en el momento del choque con el cuerpo para hacer más fuerte el impacto. Una extraña costumbre la de atacar a las chicas en las diversiones infantiles, a ellas se les masacraba a bolazos de nieve (habrá chicas que hayan desarrollado aversión a la nieve por este motivo, seguro), a ellas se les tiraban los globos de agua, etc.




Durante una temporada, en aquellos autos de choque se podía montar uno gratis usando como fichas los tapones de plástico de las botellas de vino, con una forma similar a estas fichas. Durante esa temporada aumentábamos nuestro consumo de vino con gaseosa para que se acabara antes el vino, lo justo para no dar positivo luego en los carruseles.




Párrafo este último que me sirve para traer a colación otros trucos comunmente utilizados por nosotros, tiernos infantes, cual pícaros contemporáneos. Un clásico era dejar algún elemento atravesado en la palanca del futbolín, para que las bolas cayeran de nuevo al cajón según entraban por la portería. Otros eran más sofisticados, como el que permitía llamar gratis desde las cabinas, creo que consistía básicamente en meter una moneda de 5 duros, marcar el número y cuando contestaban, marcar el 0 y colgar rápidamente 2 veces (seguro que no era exactamente así), eso hacía que quedara en el marcador de dinerillo las 25 pesetas permanentemente, pudiendo hablar el tiempo que fuera. Tampoco es que le sacáramos gran utilidad al truco, aparte de hacer algunas bromas telefónicas más o menos pesadas. Claro, el sistema no era infalible, tenía sus riesgos, el principal era que, si no ejecutabas los movimientos con la coordinación precisa, te podías quedar sin las 25 pesetas y sin llamada.




Y uno de esos trucos infantiles que creía ya superado por la tecnología, resulta que no, que está plenamente vigente. Y así, en la máquina de refrescos de mi empresa, las coca-colas salen siempre de 2 en 2, a precio de 1, gracias a rápidas pulsaciones simultáneas de los 2 botones. Lo que no me explico es cómo siguen reponiendo la máquina los señores de Coca-Cola, qué descontrol en su contabilidad...




Como coletazos de este post, dos asociaciones de ideas que me han provocado algunos pasajes. Relacionado con el truco de las cabinas, recuerdo también una "broma" (sería más justamente calificada como "groma", según un amiguete) que se hacía entre la chavalería. Explicando al pardillo de turno que se iba a hacer un truco en una cabina para llamar gratis, se le hacía entrar a la cabina, se dejaba caer alguna moneda, de modo que cuando el pardillo se agachaba a recogerla, se le daba un telefonazo en la cabeza, un no parar de reir. Bueno, yo fui uno de esos pardillos y, en desigual venganza, dí también varios telefonazos a otros. Creo que, hoy en día, un suceso así podría salir en prensa y provocar sesudos debates sobre el bullying y esta generación tan violenta. Pero es que, en mi infancia y adolescencia, recuerdo "juegos" como este y peores. Juegos como "El dólar" (una especie de Juegos Reunidos Geyper con diferentes formas de hostiarse), los muchos juegos de cartas en los que el ganador atizaba al perdedor, "El Cinto", etc. Especial escalofrío me recorre cuando pienso en algo que se puso de moda en mi colegio, consistía básicamente en provocar pérdidas de consciencia, a voluntarios en este caso, a quienes se les oprimía fuertemente el pecho a la altura del diafragma, tras haber hecho un intenso ejercicio. Lo que no había eran móviles para inmortalizar estas diversiones en videos que rular luego por la red.




Y, en relación a la rapidez de dedos, necesaria para obtener doble ración de coca-cola, me veo a mí mismo jugando a la máquina de "Olimpiadas", concretamente la de Los Angeles 84, una de esas máquinas de bar que marcó época. Se competía en varios deportes, para correr había que pulsar los botones a velocidad endiablada y recuerdo que había especialistas en correr y especialistas en pulsar de manera sostenida el otro botón, el tiempo justo, para dar un correcto ángulo a los saltos o lanzamientos. Modestamente, yo era un crack en ambas facetas. Me viene a la mente ahora, nítidamente, la imagen del personaje del juego, con un cuerpo más bien poco atlético, bigotudo, rascándose la cabeza pensativo, tras un mal salto. Así estoy yo, pensando si no habré escrito un post demasiado largo...




domingo, 17 de febrero de 2008

Nos hacemos mayores


Ya no tendría sentido sentarse a echar un kinito. De hecho, el bar donde lo jugábamos, todavía en activo y, a veces, con kiniteros de nuestra edad por cierto, tiene unas mesas y taburetes que ahora nos parecen tan ridículamente pequeñas como los pupitres de la EGB. Y eso que no habremos crecido demasiado desde nuestra retirada de esa forma de ocio, pero la percepción juega estas pasadas y ahora nos parecen enanas. Como curiosidad, parece que el precio de las jarras de kalimotxo y cerveza es de los pocos que no se ha visto afectado por la inflación, pues sigue siendo el mismo e incluso veo ofertas mejores a las que había antaño.


Igualmente, hace mucho que no se me ocurre llevar el jersey atado a la cintura. Parece que está fuera de lugar ya, con lo práctico que era. Tampoco he llegado al otro extremo, a modo de jelkide (PNVero, para no iniciados), de llevarlo por los hombros y unidas las mangas por la pechera. Me limito a llevarlo en la mano, o sobre un solo hombro.


Y lo peor de todo, hace ya unos años que me compro paraguas, lo pongo como acción repetitiva porque aquí los paraguas, cuando no tenemos esta asquerosa sequía, duran más bien pocos asaltos ventosos, y menos los comprados en los chinos. De joven, si llovía, uno se mojaba y punto. Pero lo del paraguas ya marca, esa estampa mía con el paraguas negro en la mano todavía me choca a mí mismo.


Supongo que algo tendrá que ver en este arrebato nostálgico el hecho de que ayer estuve viendo un concierto de Barón Rojo, grupo que ya escuchaba hace más de 20 años en esas cassetes míticas. Sonaron todas, "Los rockeros van al infierno", "Resistiré", "Larga vida al rock and roll", "Cuerdas de acero", "El barón vuela sobre Inglaterra", "Hijos de Caín" y ese emocionante final del "Siempre estás allí". Como escarpias. Cuántas calvas moviéndose al ritmo de los punteos, cuántos cuernos al aire de treintañeros y más allá. Por cierto, comentaré, para los ex-, que allí estaban también como ejemplos de alopécicos o pre-alopécicos nostálgicos: Jon-bailongo y Txoripan (por separado).


Y Api se rajó.




martes, 12 de febrero de 2008

Las cuadrifrases


Todas las cuadrillas tienen sus guiños comunes en forma de frases que sólo se entienden en el grupete, que sólo les hace gracia a ellos, se aplican en ocasiones arquetípicas y, normalmente, tienen un origen remoto, a veces desconocido. En mi entorno hay una cuadrilla, o amalgama de cuadrillas, no sé bien, en la que abundan especialmente estas sentencias y son especialmente brillantes.


Alguna vez que me he inmiscuído en cuadrilla ajena, (cuadrilla: dícese de ese colectivo cerrado e impenetrable de personas, especialmente presente en tierras vasconas, donde sólo se puede entrar de visita salvo impresionantes méritos sociables) me he visto a menudo fuera de lugar al no entender frases que hacían gracia a todos menos a mí. Tengo especial recuerdo de una cuadrilla en la que abundaban los freakies y en la que, entre lo borrachos que iban, lo raro de sus aficiones y su lenguaje en clave, me sentí perdido toda la noche. Incluso tenían sus extrañas canciones rituales a modo de maoríes, incomprensibles para mí.


En esa cuadrilla o "amalgama de" de la que he hablado antes, creo que estas cuadrifrases son especialmente logradas, algunas incluso las he adoptado, espero no tener problemas de derechos de autor por ello. Me encantan la de "jo tíos, os quiero mogollón", "le gusta por detrás, como al padre de XXXXXXX", o esa de "venga, que hablen las pollas".


Si algún día os insertáis en mi cuadrilla ocasionalmente, aquí facilito una serie de cuadrifrases propias que os ayudarán a adaptaros mejor. Modestia aparte, soy el autor ideológico de la mayoría de ellas.


Si comenzamos a pensar en voz alta sobre dónde se queda al día siguiente, siempre habrá alguien que diga "yo quedaría en El Pez que Fuma", bar existente en esta ciudad, por si alguien duda de ello. Además, una noche, mejor dicho una mañana, conseguimos entrar por fín en el bar, bastante alejado por otra parte, coincidiendo con las fiestas de ese barrio, lo visitamos, sobra decir que con una borrachera considerable. Fue todo un acontecimiento y sólo nos faltó besar el suelo.


Cuando alguien cuenta una historia más o menos absurda o poco creíble, se dirá "sí, y ahora aparece el mago Merlín con su bastón". El origen de esta cuadrifrase es una peli porno vista en cuadrilla, en edad adolescente, en 2 ocasiones por error (no me extenderé en por qué digo eso de "por error", puesto que aproximadamente el 33% de mis lectores/as ya conocen la historia). El caso es que en un momento dado de la película, en medio de las clásicas discusiones entre quienes preferíamos que pasara rápido las escenas de relleno y quienes preferían ver la película sin acelerones porque les ponía más ver el proceso poco a poco (uy, creo que me he decantado, bueno esta es una más de esas dicotomías de las que hablé en mi primer post), aparecía sin venir a cuento un personaje estrafalario vestido no se sabe de qué con un bastón en la mano, momento que el doblador nos narró así "y ahora aparece el mago Merlín con su bastón", con su profundísima voz. Las risas nerviosas que provocó en ese momento se debieron oír en todo el bloque. No me extenderé en la utilidad que encontró el supuesto mago Merlín para su bastón ni en contar la ocurrencia del RE-LA-MI-DO, otro momento culminante del filme.


Una que hay que entender en su contexto es la de "al chupe, al chupe, cerdaputa". Me excusaré diciendo que no soy el autor. Se aplica en ocasiones diversas, desde sugerencia para contestarle al guardia civil que nos iba a parar en un control hasta, la más lógica, de decirlo por lo bajinis ante una presunta casquivana.


Y claro, luego está esa de "Se sufre, pero se aprende", esta no es mía, diremos que es una cuadrifrase adaptada. El autor es ese incombustible, inteligente y verborreíco showman llamado El Gran Wyoming y, finalmente, ha acabado dando título a mi blog. Gran lanzador de frases talismán como la del "cochino jabalín", "como dijo Josefina cuando..." (en su epoca CQC) o las de "la que está liando Zapatero", "os gusta hacer daño" (en la actual de El Intermedio). Yo me quedé con esta, el "Se sufre pero se aprende", que pronunciaba con gran solemnidad esos inolvidables domingos después de comer. Es una frase que soltamos precisamente en momentos de sufrimiento, de sufrimiento ligero, entiéndase, por ejemplo era muy aplicada cuando alguien padecía una mala racha jugando al kinito y tenía que trasegar con vasos y vasos de clarete o similar. La última vez que se oyó fue ante mi cara de desagrado al dar el primer trago a una caña de horrible sabor. Y, fonológicamente sonaría algo así como "se sufrrre..., pero se aprrrende"


Espero que no haya quedado muy personalista este post, pero tocaba un autohomenaje a esta cuadrilla mía, o lo que queda de ella.