Esta semana he vivido un momento histórico. No me refiero a que me haya hecho propietario de mi primera vivienda, lo cual aprovecho para difundir a quien no lo sepa. Me refiero a que se me han acabado las grapas.
Me explico. Me compré una grapadora en mis tiempos de instituto, estudios de mayores exigían una equipación de mayores, una grapadora como dios manda, grande, para grapar los trabajos y esas cosas. Yo juraría que fue en 1º de BUP, y me parece recordar que fue uno de los regalos de cumpleaños o navidad, gran ilusión, la grapadora ahí lustrosa, verde, en su funda. Así que tendría 15 años.
Una tarde le pedí a mis padres que me compraran grapas para esta grapadora. Y me trajeron un número ingente de cajas de grapas; teniendo en cuenta que venían por miles, hice mis cálculos y recuerdo perfectamente que la idea que me vino a la mente fue que cuando se me acabaran esas grapas ya sería todo un viejo. No calculé la edad a la que se me acabarían pero sí tengo ese recuerdo bien nítido, esa sensación de vértigo hacia el futuro. Y ese pensamiento me angustió. Me pasa a veces.
Conservo aún la grapadora, la sigo usando, por mis obligaciones estudiantiles sobre todo, y resulta que se me han acabado las grapas. Todo llega. Y parece que fue antes de ayer, 20 añitos han pasado.
Ello, unido a que, en el rosario que me leyó la notaria cuando fui a firmar las escrituras, se incluía una frase en el sentido de que el último plazo de mi hipoteca sería en junio de 2044, me ha provocado estas reflexiones sobre el paso del tiempo y su fugacidad. 2044, 70 años. Y me acordaré de cuando oí ese año tan lejano en aquel despacho tan señorial. Si estamos por aquí.