Una mala tarde la tiene cualquiera. Me dejé arrastrar por ella, por el ansia viva. Hacía mucho tiempo que no comía en un buffet libre. El buffet libre era, además, un restaurante chino. Dos conceptos peligrosos por sí sólos para los estómagos, unidos pueden ser fatales.
Seguí el patrón irracional del que debería haber huído: comí vorazmente y velozmente como si los víveres se fueran a agotar y de ello dependiera mi vida. Vigilante de reojo, todos esos que tapaban mi visión de las bandejas en la zona central, armados con espumaderas y cazos, eran mis contrincantes.
Nueva salida a por papeo, una selección de fritangas exquisitamente elegida acompañada de tallarines 3 ó 4 delicias. Ñam, ñam, grunf, grunf. También cortezas de esas de los chinos, a veces confundidas con relleno de embalajes.
No me voy a quedar así, que para eso es "gratis", un tercero como hay dios. Carnaza, bolas de cerdo, alas de pollo, todo bien regado de una salsa agridulce que ya había hecho aparición en los platos anteriores, arf, arf, burz, burz. Y patatas barbacoa acompañadas de bolitas de patata, para que pase mejor.
Y qué tarde más buena pasé, oyes. Cinturón desabrochado, hinchazón de barriga hasta límites insospechados. Gracias Imonogas.
Señores de los Fu-li-tus, Dragones Rojos, Grandes Murallas, Palacios Orientales, etc., no me dejaré ver por sus locales en unos meses, tampoco quiero ver a sus motoristas rondando por mi portal.
1 comentario:
Sólo puedo hacer una cosa: des-co-jo-nar-me.
En mi vida laboral madrileña a veces hacíamos eso también... y de postre además había gominolas, que escondíamos primero en servilletas y luego en el bolso, para seguir rumiando toda la tarde...
Sólo de acordarme se me revuelve el estómago...
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